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Diálogo del castillo y la nave

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En la mañana del domingo de la Semana Grande, coincidiendo con la entrada de la Virgen en la Ciudad, tiene lugar uno de los actos tradicionales más sencillos y al mismo tiempo de mayor raigambre y emotividad de las Fiestas Lustrales: el Diálogo del Castillo y la Nave, un número que representa, como pocos, la intimidad marinera de Santa Cruz de La Palma y el prestigio del que en su día gozó su puerto, paso obligado en el tráfico marítimo europeo hacia las Indias Occidentales.

El Diálogo es exactamente lo que su nombre indica: un intercambio de réplicas dramatizadas entre el iracundo Castillo, que en lo alto del risco defiende la Isla del embate de los piratas, y la pacífica Nave, enclavada en el fondo del barranco, que simula acercarse a la orilla insular portando un misterio en su interior.

Las palabras amenazantes de la fortaleza («No prosigas tu rápido camino / sin decirme tu nombre y tu destino») y las respuestas tranquilizadoras del navío («Tu furia enfrena») resuenan en la desembocadura del barranco de Las Nieves gracias a los modernos equipos de megafonía y al respetuoso silencio con que la muchedumbre escucha las palabras escritas por Antonio Rodríguez López.

Finalmente, los marinos anuncian, por medio de su vocero, que transportan a la sagrada persona de María; es entonces cuando el Castillo transforma sus amenazas en palabras de bienvenida («¡Salve Nave feliz! Surque tu quilla / el mar que baña la palmesana orilla») y sus cañonazos en «salvas de amor y pleitesía»; éstos, a su vez, hallan eco en la artillería del barco, antes de que la procesión continúe su marcha y la Virgen entre, por fin, en la calle Real.